Os vamos a contar una historia. Bueno, es casi una especie de parábola, pero está basada en hechos reales. Empieza así: chico conoce chica... Y termina de forma un tanto distinta a como suelen acabar este tipo de relatos. El caso es que el chico (llamémoslo A, para no desvelar identidades) es pintor. Bueno, digamos más bien que pinta. Y la chica (B, para continuar con el anonimato protector) es historiadora del arte. Las circunstancias del primer encuentro no vienen a cuento, pero el hecho es que A pinta por afición, aunque ha expuesto un par de veces en algunas galerías. Y B se dedica profesionalmente a la Historia del Arte, felizmente. Esta presentación es pertinente para nuestra historia, ya que el chico muestra sus cuadros a la chica, y ésta, ¡clic!, los relaciona inmediata y automáticamente con la obra de un artista de las primeras vanguardias europeas. Por ejemplo, Mondrian. (En realidad, era otro pintor el que le vino a la cabeza a B, pero es una de las licencias literarias que nos tomaremos desde nuestra posición de narrador omnisciente). Y se desató el drama. Porque B cometió la imprudencia de comentarle a A sus influencias artísticas, con idea de profundizar en sus supuestos intereses comunes. Y resulta que A había oído hablar de Mondrian, a nivel de cultura general, pero no conocía su obra. Y tampoco mostró ninguna inquietud por saber más, sino más bien cierto desdén. Muy poco tiempo después, quedó bien claro que B no era del gusto de A. Y A llegó a la concusión de que B le interesaba bastante poco. De modo que ahí acabó el "chico conoce chica". Suponemos que, entre otras cosas, A no vio con buenos ojos que B pusiera ante sus ojos su propia falta de originalidad y su impenitente ignorancia sobre lo que otros habían hecho antes que él; y que a B no le hizo gracia la actitud un tanto pretenciosa de A. Pero, al margen del frustrado romance (al que, por otra parte, no augurábamos mucho futuro, si uno se niega a recibir lo que puede aportar el otro), esta breve parábola contemporánea nos hace pensar que la Historia del Arte no es importante sólo para quienes van a hacer de ella su medio de vida, sino que es una pieza fundamental para el desarrollo de otras disciplinas.
En este caso, es cierto que A no había recibido una formación académica en Bellas Artes (si hubiera sido así, no tendría esa gran laguna en su "archivo inspiracional"), pero está claro que no basta con unas pinceladas de "cultura general". El episodio viene muy bien para preguntarnos ¿cómo puede alguien emprender un proyecto artístico sin molestarse en conocer lo que otras personas han dejado en herencia? ¿Cómo puede nadie denominarse artista sin conocer la Historia del Arte? Es como pretender investigar en medicina sin aprovechar todos los conocimientos y avances de las generaciones anteriores: inexplicable. Una actitud así refleja, en nuestra opinión, una considerable falta de humildad, y es síntoma de una lamentable carencia de curiosidad y ganas de aprender. Por otro lado, la calidad artística y el talento no queda siempre determinada por la formación académica (en la historia de las disciplinas artísticas encontramos numerosos ejemplos de ello), pero también podemos pensar que la inspiración no es simplemente una especie de iluminación infusa, sino que es preciso alimentarla con el conocimiento. Con ese conocimiento que va mucho más allá de los datos, el que se construye a base de contemplar mucho, buscar mucho, y hacerse muchas preguntas. Es decir, que si A hubiera visitado más museos, leído más libros, y escuchado más a quien podía haber ampliado su imaginario artístico y vital, seguramente su producción artística se hubiera enriquecido notablemente. Resumiendo, moraleja: los profesionales de la Historia del Arte tenemos un papel insustituible en todos los aspectos de la vida cultural. Y negarlo o impedirlo no sólo supone cerrar los ojos a una realidad, sino, sobre todo, empobrecer a la futura generación de creadores de arte y cultura.
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Hemos hablado en varias ocasiones de la relevancia económica de nuestra profesión, tanto para nosotros mismos (ya que, además del arte, nos gusta la tortilla de patata), como para la sociedad (que ojalá asuma pronto que lo nuestro no es un capricho, que somos necesarios). Pero quizá no hemos tratado con suficiente profundidad la dimensión pecuniaria y más inmediata de lo que constituye la materia prima de nuestro trabajo: el patrimonio cultural. Porque, aunque nosotros lo tenemos muy claro y valoramos tanto la realidad física como la simbólica de aquello en lo que basamos nuestro oficio a veces puede quedar un poco difuminado. Es decir, en ocasiones el patrimonio, y su conservación, estudio y difusión, se perciben a través de un prisma un tanto romántico, como si no tuviera repercusiones en la vida real. Nosotros sabemos que el día a día de nuestro trabajo no es el guion de una película, y en Winckelmann & Asociados queremos destacar que, si bien el patrimonio cultural tiene un profunda importancia inmaterial, no es menor el valor económico que posee. Y no porque lo digamos nosotros, sino que es también la opinión de Christopher Smith (presidente ejecutivo del Arts and Humanities Research Council en el Reino Unido), que recientemente ha publicado para Museums Association titulado Why cultural heritage matters now more than ever (Por qué el patrimonio cultural importa ahora más que nunca). En él, el autor parte de la guerra de Ucrania, en la que el patrimonio juega un papel no precisamente menor, como sucede siempre que un pueblo intenta destruir a otro. Los objetos histórico-artísticos son depositarios de gran valor simbólico e identitario, pero también constituyen un vehículo de narración de historias, tanto reales como inventadas, con poder para hacer el bien o para hacer el mal. De ahí que sean objetivos bélicos de gran relevancia. Así, el patrimonio puede ser empleado para difundir la verdad o para propagar la mentira. Por lo tanto, cuidar la educación cultural e histórica debería ser una preocupación acuciante para los gobernantes, para los padres, los docentes, y la sociedad en general. Y lo mismo debería ocurrir con la gestión de ese enorme potencial narrativo que contiene nuestro patrimonio histórico-artístico; no debería estar en manos de cualquiera, sino de personas formadas para ello, dado, que como hemos visto, no es una cuestión baladí. Y es que, como señala Christopher Smith, esta dimensión simbólica intangible lleva consigo consecuencias bien tangibles y palpables para toda la sociedad. Afirma que, precisamente esa capacidad de enriquecer nuestras vidas hace del patrimonio un bien preciado, un arma poderosa, como hemos visto en las noticias de las últimas semanas. Y el uso que se haga de ella tiene un gran impacto en realidades que nadie se atrevería a considerar menores: la economía, la educación, la estabilidad social, la propia construcción de la identidad de un pueblo. Y nosotros nos preguntamos: si estas cuestiones son importantes, ¿por qué no lo es una de las bases que puede contribuir a su crecimiento o a su desestabilización? Si la correcta gestión del patrimonio cultural tiene consecuencias positivas para la sociedad en diversos ámbitos, y al contrario, ¿por qué los poderes sociales valoran tan poco todo lo relacionado con nuestra herencia cultural? Finalmente, si bien defendemos que los profesionales de la Historia del Arte estamos preparados para la mayoría de las tareas relacionadas con el patrimonio, sabemos que no somos los únicos. De hecho, necesitamos del buen hacer de otros profesionales para poder realizar nuestro trabajo: conservadores-restauradores, historiadores, archiveros, investigadores, científicos y técnicos de diversos ámbitos. Por ello, no podemos estar más de acuerdo con la parte final del artículo del señor Smith, que aboga por la colaboración multidisciplinar en la gestión del patrimonio cultural, aunando así los esfuerzos y conocimientos de las Humanidades, las Ciencias y la Economía. Ojalá podamos comenzar a trabajar juntos por un mismo fin, y proporcionar así la mejor prueba del valor indiscutible y el increíble poder que guarda el patrimonio cultural, que es, al fin y al cabo, el reflejo más patente del activo más rico que tenemos: nuestra propia humanidad. Hay muchas razones para elegir la Historia del Arte como profesión. Son tantas, y en un orden de prioridad tan variable, que no vamos a tratar de desgranarlas aquí, porque no acabaríamos nunca. Sin embargo, en Winckelmann & Asociados estamos convencidos de que, independientemente de la forma que adopten los múltiples perfiles profesionales y labores que podemos ejercer, todos ellos se basan en un objetivo común: entender nuestro trabajo como un servicio a la sociedad. Porque, como nunca nos cansaremos de repetir, y se ponga el mundo como se ponga, somos necesarios. Por ello, creemos que tenemos no sólo el derecho, sino el deber, de hacer de la responsabilidad personal y colectiva un motor de impulso para el desarrollo de nuestro oficio, que tanto lo necesita. Puede parecer que no sucede ninguna tragedia si no realizo bien mi investigación y dato erróneamente una pieza en el museo en el que trabajo. No se hunde el mundo si, como profesor de instituto me limito a dar una lista de estilos, autores y obras a mis alumnos. Nadie va a venir a reclamarme aquella visita guiada en la que di por cierto datos no contrastados. Y así una infinidad de casos particulares... Ciertamente, no se colapsa la bolsa, pero el todo está hecho de muchas partes, y cada uno sólo puede hacer algo en la suya, sea la que sea. Por ello, es fundamental no perder de vista ese fin último de servicio, y mantener en forma la ilusión que nos llevó en su momento a emprender nuestro camino. Sabemos que es fácil decir esto, y que luego la vida se encarga de poner obstáculos, algunos de ellos con una imaginación casi novelesca. Y, precisamente por eso, no nos podemos dejar ganar en creatividad a la hora de alimentar nuestra carrera profesional. Por muchas veces que se haya dicho, no deja de ser cierto que, ante las crisis, sólo se sale adelante con soluciones innovadoras y explorando vías que antes no se habían transitado. Todos hemos visto muchos ejemplos de ello en proyectos y profesionales que se han "reinventado" durante esta época de emergencia sanitaria, haciendo que la Historia del Arte fuera un consuelo y un refugio en tiempos difíciles. Cada caso y cada perfil profesional tendrá sus particularidades (que estamos abiertos a escuchar y debatir, aportando ideas entre todos), pero, en general, se trata de buscar nuevas formas de hacer de la Historia del Arte un verdadero servicio a la comunidad, como apoyo y reflejo de los valores cívicos, sociales y espirituales. Tenemos en nuestras manos una de las disciplinas que más claramente materializan la extraordinaria riqueza de la naturaleza humana. Aprovechemos ese potencial para dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos. Todo esto suena muy bonito. Pero claro, hay que ponerlo por obra. Corresponde a cada uno, según sus circunstancias y posibilidades, ver cómo puede mejorar como profesional, y con ello, no sólo realizar un buen servicio, sino contribuir al crecimiento de la apreciación social de nuestra labor como historiadores del arte. Nosotros pensamos que la formación continua y actualizada es esencial en este sentido. Afortunadamente, la tecnología permite modalidades de aprendizaje y acceso a la información que vencen casi cualquier obstáculo. No sin cierto sacrificio, naturalmente, pero sí con relativa facilidad. Por nuestra parte, en Winckelmann & Asociados publicamos recursos, convocatorias y ofertas, tanto en la página principal de la web, como en nuestro perfil de redes sociales, y estamos deseando compartir cualquier sugerencia al respecto. Además, cada vez son más las asociaciones y colegios profesionales que ofrecen servicios de formación especializados, permitiendo así la especialización que facilita no sólo la inserción laboral, sino el mejor desempeño de una función específica. En definitiva, la idea que queremos transmitir es que los problemas no deberían hacer que nos diéramos por vencidos, porque, seamos conscientes de ello o no, los profesionales de la Historia del Arte tenemos la oportunidad y la responsabilidad de ser agentes del cambio. Y, por otra parte, nuestra disciplina abarca tantos aspectos, y es tan dinámica en sus modos de estudiar e interpretar, que no podemos dejar nunca de aprender; no podemos permitirnos el lujo de estancarnos. Y es que, como Miguel Ángel o Goya, hacer del "Aún aprendo" un lema de vida es síntoma de verdadera sabiduría, y poner ese conocimiento al servicio de los demás es consecuencia de verdadera grandeza de espíritu.
Una de las habilidades fundamentales de un profesional de la Historia del Arte es la de interpretar y comunicar el arte y el patrimonio histórico-artístico. Hasta ahí más o menos todo el mundo de acuerdo. Y esto se traduce, a nivel laboral, en funciones específicas que abarcan perfiles muy amplios, desde guía histórico-cultural, hasta mediador de museos, por citar la versión clásica y la moderna de este tipo de tarea. Pero el problema viene cuando se asienta la idea de que cualquiera puede ejercer esta función, independientemente de su formación académica. Basta con tener un poco de memoria para "aprenderse el rollo" correspondiente al asunto a explicar, y una buena dosis de desparpajo y habilidades comunicativas, para ser capaz de transmitir todos los significados que encierran el arte y el patrimonio. Eso es, al menos, la base de las innumerables excusan en las que se escudan muchas empresas y entidades para justificar el intrusismo laboral y la falta de oportunidades para los historiadores del arte. Pues bien, desde Wickelmann & Asociados queremos proporcionar argumentos que defiendan justamente lo contrario. Por muy bien que una persona sea capaz de comunicar datos histórico-artísticos, ya sea en persona o a través de los muy variados medios de comunicación audiovisual disponibles, carecerá del conocimiento necesario para comprender de verdad lo que está mostrando si no tiene formación en Historia del Arte. Y no lo digo yo, que al fin y al cabo no soy nadie. Lo dice nada menos que Erwin Panofsky (1892-1968), uno de los pilares en los que se asienta la interpretación, el estudio y la enseñanza de la Historia del Arte en la actualidad. En obras como Idea: contribución a la historia de la teoría del arte (1924) o El significado en las artes visuales (1955) desarrolla sus teorías iconológicas, que configuran en gran medida la manera que tenemos hoy en día de abordar una obra de arte. De modo que tomaremos como referencia sus planteamientos para dar razón de nuestra reclamación profesional. Pues bien, Panofsky estableció que, a la hora de analizar una pieza artística, será necesario poder identificar y asumir todos los significados que ésta contenía, en relación a su contexto histórico, social, antropológico, político, económico, técnico... Para ello, definió tres niveles de interpretación: pre-iconográfico, iconográfico, e inconológico. Éste último es que los interesa, puesto que requiere un doble análisis, formal e iconográfico. El análisis formal es el que realiza cualquier persona cuyos sentidos tengan acceso a la obra, puesto que los significados que se extraen del mismo son los comunes a la experiencia natural humana, en su sentido más genérico, dando lugar a una interpretación elemental. Es decir, que si una persona ve una imagen que muestra una mujer y un niño, la conclusión más inmediata a la que llega es que se trata de la representación del concepto de la maternidad. Y esto, independientemente del estilo y la técnica de la pieza, y del bagaje cultural del espectador. Por su parte, el análisis iconográfico supone la interpretación de las imágenes, las alegorías, las historias y los conceptos concretos que tomaron parte en la creación de dicha obra de arte, e incluso en épocas posteriores. Para ello se requiere un conocimiento previo, basado en una educación histórico-artística y en la invetsigación de las fuentes históricas que tienen incidencia en la vida de la pieza. Se pasa así del análisis de un tema general al estudio de un concepto específico, que permite descifrar su significado intrínseco, sus valores simbólicos, y no meramente representativos. Continuando con el ejemplo anterior, si una persona se encuentra ante la Madonna de Brujas de Miguel Ángel, y posee ciertos conocimientos referentes al contexto de creación de la obra, además del de maternidad, podrá adscribirle otros significados, como el de la representación de la Virgen María y el Niño Jesús, que suponen un caso muy concreto de la relación madre-hijo. Y, más allá de la representación icónica, el iniciado sabrá desvelar las realidades subyacentes implícitas: las referencias temporales, locales y personales que se desprenden del lenguaje formal, la técnica, el estilo, el autor y todas las circunstancias que configuran la historia vital de la obra de arte. En el caso de la escultura miguelangelesca de la que hemos hablado, las posibles lecturas se amplían más allá de los límites geográficos y temporales originales, puesto que esconde una historia de expolios, conflictos bélicos y recuperaciones varias que atañeron a varias generaciones de europeos. Se podría esgrimir que con memorizar la historia de la pieza en concreto es suficiente, y que más o menos todo el mundo sabe quién fue Miguel Ángel Buonarroti y lo que representó el Renacimiento para el desarrollo del arte occidental. Pero es que el conocimiento y la comprensión de una obra histórico-artística excede con mucho los límites de la ficha catalográfica básica de "título-autor-fecha-estilo". Y sólo teniendo una formación profunda en Historia del Arte (que abarca también la Historia, la Literatura, y la Música, entre otras disciplinas) se puede poner en relación una pieza con su propia herencia, con su ambiente contemporáneo, y con el modo en que incidió en épocas posteriores. Y sólo sabiendo lo que fue se puede apreciar el significado que tiene ahora para nosotros. De modo que no. No vale cualquiera para transmitir lo fundamental que el arte y la cultura son para la sociedad actual. El mundo necesita historiadores del arte, no sustitutos pasados por agua. Una de las mayores preocupaciones de padres, profesores y amigos cuando un preuniversitario comunica su decisión de estudiar Historia del Arte queda formulada en la consabida pregunta: "¿pero qué salidas tiene eso?" Es verdad que esta profesión a veces parece un poco túnel, y que a menudo la salida parece tan lejana que uno empieza a dudar que exista. Pero bueno, al fin y al cabo, como ya hemos dicho, somos necesarios, y además, no cualquiera está capacitado para realizar las labores de un historiador del arte. Y, por otra parte, en Winckelmann & Asociados pensamos que ya es hora de desmontar ciertos prejuicios sobre nuestro oficio, ya que no es cierto que no haya trabajo para los historiadores del arte. Hay mucho que hacer, mucho patrimonio por difundir y por investigar, muchas exposiciones que comisariar, muchas publicaciones que editar, mucho arte por descubrir. Si falta algo, es la voluntad de las grandes empresas para gestionar adecuadamente los servicios culturales, la financiación de las instituciones públicas para poder contratar todo el personal que necesitarían. Y si sobra alguna cosa, es el intrusismo laboral. A nivel personal, no es mucho lo que cada uno puede hacer para crear puestos de trabajo. Es cierto que hay algunos valientes que se han atrevido a crear un proyecto empresarial propio (de los participantes en nuestra encuesta para profesionales del sector, un 14,9%), pero no es lo habitual, por las dificultades que todos conocemos. Sí es posible, sin embargo, emprender algunas acciones individuales, desde la denuncia de ofertas inapropiadas hasta la participación en acciones de defensa profesional, como abordamos en algunas entradas de nuestro blog. No obstante, creemos que es necesario desterrar la idea colectiva de que la Historia del Arte no tiene salidas, o de que hay otras disciplinas con mayor empleabilidad (lo cual no siempre es cierto, como en el socorrido caso del Derecho). Por ello, hemos decidido hacer una pequeña lista que ejemplifique, de manera genérica y sin ánimo de agotar todas las posibilidades, las principales aplicaciones laborales que tiene la Historia del Arte. Con ello, queremos proporcionar orientación a los que estén buscando un perfil profesional dentro del gremio, y también proponer argumentos para que nosotros mismos defendamos nuestra profesión, destacando la versatilidad de nuestra formación y nuestras capacidades. - Gestión cultural y patrimonial: desde la organización de actividades culturales y espectáculos audiovisuales, hasta la administración de servicios culturales de difusión, divulgación, etc. - Profesional de museos: los perfiles generales son de Conservador y Ayudante, en los museos públicos, tanto estatales, como autonómicos y locales. Además, hay una amplia variedad de tareas y especialidades en los museos, colecciones y fundaciones privadas. - Docente: abarca la educación formal (desde el colegio hasta la universidad, con la doble vertiente de la investigación) hasta las múltiples formas distintas de educación informal, que se desarrollan al amparo de asociaciones y fundaciones culturales, empresas de difusión artística y patrimonial, centros públicos para mayores, plataformas de educación colectiva o particular, museos, sitios arqueológicos o monumentales, etc. - Comunicador cultural y patrimonial: es una de las tareas de aplicación más amplia, desde mediador cultural o intérprete del patrimonio, hasta experto en comunicación digital, o incluso en la industria audiovisual con programas de contenido cultural y artístico. - Tasador de arte: trabajar autentificando y valorando bienes culturales para entidades públicas y privadas, particulares, empresas de seguro, o incluso para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, así como para casas de subastas, galerías, o agencias de compraventa en el mercado del arte. - Asesor del mercado del arte o agente de ventas: aconsejar sobre inversión en bienes culturales, tanto a coleccionistas particulares como públicos, en casas de subastas o galerías, así como a los propietarios de dichos bienes en sus transacciones comerciales. - Critico de arte y exposiciones: ofrecer un criterio experto en publicaciones o plataformas y medios de comunicación, para empresas de difusión o de eventos culturales, en periódicos y revistas, etc. - Editor cultural: trabajar como experto en edición de textos académicos, científicos y divulgativos sobre historia del arte, museos y patrimonio, así como en la gestión de las imágenes y su edición, derechos de autor, in design, etc. - Asesor histórico-artístico: ofrecer conocimientos de historia, cultura material, arte y patrimonio en su más amplio concepto a productoras de cine y televisión y de espectáculos y de teatro, a empresas de diseño de interiores o de exposiciones, de recreación de indumentaria, eventos históricos o elementos histórico-artísticos, y también en distintos proyectos de difusión y digitalización del patrimonio, como el desarrollo de interfaces turísticas, productos de merchandising, o apps para museos. Éstas son tan sólo las principales ramas en las que podemos desarrollar una carrera profesional como historiadores del arte, si bien es cierto que hay muchas más, y que están surgiendo nuevas especialidades, al amparo de la tecnología digital y de las grandes posibilidades que ofrecen los medios de comunicación. Para tener una visión más completa, os recomendamos este artículo de Croma Cultura, que ofrece también una visión práctica de cómo acceder a cada tipo de perfil profesional. Y, por supuesto, estamos abiertos a que compartáis con nosotros otras ideas y modalidades profesionales que sean interesantes, y que puedan ayudar a los historiadores del arte a encontrar su hueco en el complejo mercado laboral en el que estamos inmersos. No deja de ser sorprendente que, en una sociedad en la que los jóvenes tienen cada vez más independencia, y se inician en ciertas costumbres adultas a edades muy tempranas, todavía haya universitarios que estudian la carrera que les dicen sus padres. Cualquier profesional de la Historia del Arte habrá escuchado muchas veces, al hablar de su carrera, además del consabido "¡qué bonito..!", el añadido "Yo quería estudiar eso. Pero mis padres me dijeron que no tenía muchas salidas, así que hice Derecho". Y digo Derecho porque, a día de hoy, ninguna de estas personas me ha dicho que haya estudiado otra carrera universitaria, entre las muchas que hay. Supongo que habrá quien, ante el miedo, infundido por padres, compañeros y hasta profesores, decida dedicarse a otra cosa que no sean las leyes, pero lo cierto es que el sustituto habitual de la Historia del Arte (y de las Humanidades en general) suele ser el Derecho, como mucho acompañado por las maravillosas siglas ADE, en los casos más originales. Qué parecido tienen estas disciplinas con las de Humanidades, es algo que no logro asumir, pero seguramente eso es un defecto mío. El caso es que este tipo de sucedáneos académicos crea promociones de universitarios descontentos, que no se atrevieron a decidir por sí mismos, y se ven obligados a estudiar lo que no les gusta, y están abocados, en su mayoría, a una vida profesional carente de vocación. Y además, no van a encontrar muchas más oportunidades de empleo que si hubieran estudiado Historia del Arte. Eso es lo que sugieren los datos del Informe de la Fundación Conocimiento y Desarrollo, presentado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades en julio de 2019, y cuyos resultados principales pueden leerse en este artículo de El País. Así, los titulados universitarios en Historia del Arte están entre los que menos posibilidades tienen en el mercado laboral, ya que sólo el 55,2% de ellos tiene trabajo después de cuatro años. Pero es que los graduados en Derecho sólo están dos puestos por encima, con un índice del 55,8 %, por debajo incluso de Filosofía (56,1%). Y está bastante lejos de compararse con la empleabilidad de las carreras universitarias con más posibilidades de obtener empleo, como el 91% de Medicina, la más alta de todas, o incluso de la menos exitosa de este grupo, Ingeniería agraria y agroalimentaria (83,7%). De modo que, la próxima vez que un preuniversitario esté a punto de abandonar su ilusión profesional por tratar de asegurarse un puesto de trabajo estable y un sueldo generoso, por lo menos que no lo haga engañado por un falso prejuicio. Y cuando, como historiadores del arte, escuchéis una vez más el consabido comentario, decidles que es posible que no seáis millonarios, al igual que ellos tampoco lo serán, pero que vosotros tuvisteis la valentía de tomar una decisión, y que no cambiasteis la vocación profesional por la falsa promesa de una seguridad que probablemente no existe. Puede que los historiadores del arte tengamos una sensibilidad especial, que nos haga disfrutar de la belleza en todas sus formas, casi como un sexto sentido estético. A lo mejor tenemos predisposición a somatizar éxtasis pseudoespirituales y sufrir un síndrome de Stendhal... Depende mucho de cada uno. Pero lo que, seguro, seguro, que todos nosotros tenemos en común es que somos humanos, al menos de momento. Lo cual quiere decir que necesitamos comer para vivir. Y a veces parece que esto se olvida. Como si los profesionales de la Historia del Arte extrajéramos los nutrientes de los minerales de los pigmentos de las pinturas, del mármol de las esculturas, del reflejo del sol sobre los sillares de un edificio, o algo así. Y ya nos gustaría, pero no. Parece que todo el mundo asume que un abogado, un vigilante de seguridad, un empresario, o un publicista merece un salario digno que le permita mantenerse a sí mismo y a su familia. Pero si hablamos del sueldo de un educador de museos, de un guía de patrimonio, de un investigador artístico... ahí la cosa cambia. Porque nosotros cobramos en amor al arte, claro que sí. Esa es nuestra retribución. Y los responsables no son únicamente las empresas de gestión cultural, las que proporcionan los servicios externalizados de las instituciones museísticas, o cualquiera que contrate los servicios de un historiador del arte. También la propia sociedad tiene un importante papel al respecto, que se manifiesta en la valoración que hace de estas profesiones y de su labor. A nivel individual, poco podemos hacer nosotros por cambiar el modo de actuar de las empresas. Será necesario en estos casos asociarse, o plantear otros modos de reclamación profesional, desde negociaciones hasta huelga, dependiendo del caso. De hecho, no han sido pocas las iniciativas y las denuncias al respecto, como señalaba hace tiempo Elena Vozmediano. Pero en relación a la valoración que la sociedad hace de nuestro trabajo, ahí sí podemos hacer algo. Son pocos los historiadores del arte que no han llevado a sus familiares y amigos a ver un museo, monumento o exposición, con mayor o menor entusiasmo. Pero casi siempre nos toca hacer de cicerone, lo cual supone una oportunidad de demostrar la preparación académica que hay detrás de nuestra labor, y que no somos "una guía con patas". Y, como sabemos bien, no escasean los comentarios del tipo "vamos en horario gratuito, que si hay que pagar no voy". Es el momento, entonces, de sacar el arsenal de argumentos en defensa de nuestra profesión. En primer lugar, es cierto que el acceso a la cultura es un derecho, pero no lo es menos que los presupuestos culturales nunca son los más abundantes, y por lo tanto, de algún sitio habrá que obtener financiación para conservar y promover una herencia que es de todos. En segundo puesto, habrá que recordar que los profesionales de este tipo de instituciones también merecen un respeto y un reconocimiento por su labor, ya que alguien tiene que ocuparse de ello, y, como hemos dicho, no somos espíritu puro. Y, finalmente, sería conveniente recalcar que, aunque es verdad que hay exposiciones un poco más caras que otras, no es ninguna ruina, y que con un par de copas menos, o un móvil que no sea de ultimísima generación, sino sólo de última, se suple el gasto perfectamente; y el enriquecimiento intelectual y personal va a durar más que el efecto de las copas o la actualización del teléfono. El primer argumento que podemos esgrimir en favor de nuestra profesión es que hacemos falta. En una sociedad en la que la cultura está en boca de todos, resulta paradójico el poco aprecio y apoyo que se percibe a los profesionales de este sector. Todo el mundo da por hecho que los museos son instituciones fundamentales para el desarrollo de las comunidades, pero a muy pocas personas se les ocurre pensar que hacen falta profesionales que trabajen en ellos, y que, lógicamente, precisan cobrar un sueldo. A todos les gusta que sus hijos conozcan el patrimonio artístico e histórico de nuestro país y los grandes hitos culturales, pero no se paran a pensar en la formación y especialización de los maestros que imparten esos conocimientos. En muchas de las casas de nuestros familiares y amigos podemos ver grandes y maravillosos libros ilustrados con títulos como Los maestros del Renacimiento italiano, pero lo más probable es que ni siquiera hayan leído los textos del interior. En cualquier caso, queda claro que alguien tiene que hacer éstas y otras labores. Desde la gestión cultural, hasta la catalogación de colecciones museográficas, pasando por las múltiples modalidades de comunicación y enseñanza de materias relacionadas con la cultura y el patrimonio histórico-artístico. No es mi pretensión ahora enumerar las múltiples facetas profesionales que derivan de nuestra formación en Historia del Arte, ya sea de manera exclusiva o asociada a otras disciplinas. Pero lo que es innegable es que la cultura no es un mero adorno en una educación académica, sino que se trata de algo que en gran manera define nuestra identidad personal y colectiva, y por lo tanto no puede ser tratada a la ligera, sino que precisa de profesionales cualificados. De modo que no, no cualquiera puede ser profesor de Historia del Arte, ni conservador de un museo, ni editor de publicaciones científicas en la materia, ni comunicador cultural, ni comisario de una exposición sobre una cuestión relacionada con nuestra disciplina. Habrá que determinar según las necesidades específicas cuál es perfil profesional más ajustado, pero siempre será necesaria una base de sólida formación y riguroso conocimiento de la tarea a realizar. No nos dejemos engañar. Los historiadores del arte hacemos falta. Y no dejemos que nadie nos diga lo contrario. En la mayoría de los casos, el que está al otro lado no sabe en realidad cuál es nuestra tarea, qué podemos aportar, por lo tanto nos corresponde en parte a nosotros descorrer ese velo. Pero de momento, quedémonos con que tenemos un hueco que ocupar en el entramado laboral de nuestra sociedad, y demostrémoslo con nuestro buen hacer y nuestra profesionalidad. |