El primer argumento que podemos esgrimir en favor de nuestra profesión es que hacemos falta. En una sociedad en la que la cultura está en boca de todos, resulta paradójico el poco aprecio y apoyo que se percibe a los profesionales de este sector. Todo el mundo da por hecho que los museos son instituciones fundamentales para el desarrollo de las comunidades, pero a muy pocas personas se les ocurre pensar que hacen falta profesionales que trabajen en ellos, y que, lógicamente, precisan cobrar un sueldo. A todos les gusta que sus hijos conozcan el patrimonio artístico e histórico de nuestro país y los grandes hitos culturales, pero no se paran a pensar en la formación y especialización de los maestros que imparten esos conocimientos. En muchas de las casas de nuestros familiares y amigos podemos ver grandes y maravillosos libros ilustrados con títulos como Los maestros del Renacimiento italiano, pero lo más probable es que ni siquiera hayan leído los textos del interior. En cualquier caso, queda claro que alguien tiene que hacer éstas y otras labores. Desde la gestión cultural, hasta la catalogación de colecciones museográficas, pasando por las múltiples modalidades de comunicación y enseñanza de materias relacionadas con la cultura y el patrimonio histórico-artístico. No es mi pretensión ahora enumerar las múltiples facetas profesionales que derivan de nuestra formación en Historia del Arte, ya sea de manera exclusiva o asociada a otras disciplinas. Pero lo que es innegable es que la cultura no es un mero adorno en una educación académica, sino que se trata de algo que en gran manera define nuestra identidad personal y colectiva, y por lo tanto no puede ser tratada a la ligera, sino que precisa de profesionales cualificados. De modo que no, no cualquiera puede ser profesor de Historia del Arte, ni conservador de un museo, ni editor de publicaciones científicas en la materia, ni comunicador cultural, ni comisario de una exposición sobre una cuestión relacionada con nuestra disciplina. Habrá que determinar según las necesidades específicas cuál es perfil profesional más ajustado, pero siempre será necesaria una base de sólida formación y riguroso conocimiento de la tarea a realizar. No nos dejemos engañar. Los historiadores del arte hacemos falta. Y no dejemos que nadie nos diga lo contrario. En la mayoría de los casos, el que está al otro lado no sabe en realidad cuál es nuestra tarea, qué podemos aportar, por lo tanto nos corresponde en parte a nosotros descorrer ese velo. Pero de momento, quedémonos con que tenemos un hueco que ocupar en el entramado laboral de nuestra sociedad, y demostrémoslo con nuestro buen hacer y nuestra profesionalidad.
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