Recientemente se están generando grandes debates en torno a la regulación de la profesión de la conservación-restauración, al hilo de desgraciadas, y casi criminales, intervenciones por parte de personas ajenas a dicho oficio. Y, además de apoyar la urgencia del establecimiento de normativa eficiente al respecto (¿qué haríamos los historiadores del arte sin los conservadores y restauradores que preservan la materialidad de nuestro estudio?), en Winckelmann & Asociados queremos lanzar esta pregunta: si la contratación de personas sin formación específica tiene consecuencias perniciosas para nuestro patrimonio histórico ¿qué pasa cuando se emplea a un no profesional de la Historia del Arte para ejercer nuestras funciones? Está claro que a las grandes empresas e instituciones que subcontratan personal no cualificado, o que ofrecen condiciones ínfimas esto les importa bastante poco. Pero parte de nuestra labor consiste precisamente en dar visibilidad a nuestra profesión, y concienciar a la sociedad y a las empresas de que somos los únicos cualificados para desempeñar ciertas tareas. Por ello, queremos esbozar aquí las posibles consecuencias de que nuestro trabajo sea desempeñado por profesionales de otros sectores. Aparentemente, no pasa nada, no se cae el mundo. Pero, si uno se para a pensar, se da cuenta de que se está dejando que se desdibujen los significados que encierran las obras de arte y el patrimonio. Y es que, como ya hemos dicho en otras ocasiones, no vale cualquiera. Por ejemplo, si la docencia y enseñanza de la Historia del Arte, a cualquier nivel, se deja en manos de personas sin formación específica en este ámbito, se está contribuyendo a la construcción de un conocimiento cuanto menos incompleto, cuando no auténticamente falso. Se generan así promociones de estudiantes, graduados y alumnos en general que no han tenido acceso a una aproximación completa a esta disciplina. Porque no, no es lo mismo la Historia del Arte que la Historia, la Arqueología, la Geografía o eso que ahora se denomina "estudios humanísticos". Se trata de disciplinas independientes, aunque, naturalmente muy relacionadas entre sí. Por no hablar de la interpretación del patrimonio, en sus diversas manifestaciones. Las empresas tienden a pensar que los profesionales del Turismo les ofrecerán mejor rendimiento, puesto que tienen conocimientos de estadística, economía básica y demás herramientas empresariales... Pero, si uno de estos profesionales guía un grupo de visitantes por la Mezquita de Córdoba, por poner un ejemplo, tendrá unas nociones básicas del arte hispanomusulmán, en el mejor de los casos, pero no estarán enraizados en verdaderos conocimientos histórico-artísticos, como sí sería el caso de un profesional de nuestra disciplina. Al final, se trata de elegir a qué fuente recurrir: buscar en Wikipedia o en un catálogo especializado. Lo primero te saca del apuro, pero no te proporciona una auténtica formación. Pero, además, el intrusismo profesional permitido afecta también a la dimensión económica del arte y el patrimonio, no únicamente a lo que se refiere al conocimiento. Así, por ejemplo, en las casas de subastas, galerías, anticuarios, y todo lo relativo al mercado del arte, es fundamental contar con profesionales de la Historia del Arte. No hace falta pensar mucho para darse cuanta de que vender objetos patrimoniales e históricos no es como vender ropa o muebles. Si uno va a comprarse un ordenador, y se deja aconsejar por un experto en informática o electrónica, ¿cómo no va a recurrir el coleccionista a un profesional de nuestro campo? Casos análogos son los de las empresas aseguradoras, la investigación de delitos relacionados con el expolio o el contrabando de patrimonio, los litigios en caso de herencias, las ventas de propiedades, etc. Si el perito que interviene en estas cuestiones no está versado en la Historia del Arte, es muy difícil que comprenda el verdadero valor de los bienes sobre los que asesora, tanto económico como simbólico. Así, pueden producirse perjuicios para los interesados, desde depreciación en la compraventa, la exportación de un bien que debía permanecer en el país, o incluso favorecer la circulación de falsificaciones. Por no hablar de los profesionales que intervienen en cuestiones directamente relacionadas con la preservación del patrimonio. En estos casos, la falta de conocimiento de nuestra disciplina puede llevar no sólo a realizar una mala restauración o intervención en obras de arte (el mundo ha visto demasiados ejemplos como para pretender negarlo), sino también a la completa destrucción de monumentos, edificios, o incluso yacimientos arqueológicos, sólo porque el perito que ha realizado el informe para el permiso de obra no tiene ni idea de que lo que tiene ante sus ojos posee un valor cultural. Todo esto es lo que sucede cuando se obvia nuestra aportación profesional. O lo que ocurriría si no existiéramos, si no hubiera profesionales de la Historia del Arte a quien contratar. Pero existimos, de modo que tenemos todo el derecho del mundo a reclamar nuestro lugar, y a pretender que las empresas y las instituciones no entreguen nuestro trabajo a quien no debe desempeñarlo.
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