No sabemos qué pasa en este país, que nos empeñamos en poner al frente de una tarea al menos apto de todos. Y en la política cultural, esto se cumple demasiadas veces. Al hilo de los recientes cambios que se han producido en el Gobierno, el Ministerio de Cultura y Deporte ha cambiado de titular. Siguiendo la costumbre, no se ha escogido una persona con una formación y trayectoria vinculadas al mundo de la cultura (o del deporte, que, al fin y al cabo, es la otra mitad del Ministerio). Esta vez, al frente de la gestión del patrimonio histórico y cultural, del mundo de las industrias culturales, de los museos y la gestión cultural, de las bibliotecas, los archivos, el fomento de la lectura, la representación española en la UNESCO, la conservación y restauración de los bienes históricos... tenemos un señor con formación en Ciencias Químicas y Ciencias Económicas, y dedicado a la política territorial desde hace décadas. Fastuoso. Sabemos que ocurre algo parecido en el resto de Ministerios (otro error, evidentemente), pero es que, no contentos con la alternativa escisión y unión con Educación, con ser el uno de los departamentos con menos presupuesto, con tener los funcionarios que menos cobran de la Administración estatal... nos ponen bajo el mando de alguien a quien cualquiera de nosotros damos cien vueltas en el ámbito que tiene que gestionar. Hace tiempo que no se trata este sector como una parte importante de la vida de este país, siendo más bien utilizado como altavoz de las ideas políticas del momento, disfrazadas de cultura. Todos sabemos que se favorecen unos u otros discursos según quién ocupe la mayoría del Congreso, y además, se hace presumiendo de aprecio y valor por la cultura. Si de verdad quieren una industria cultural fuerte, que no se ningunee desde las estructuras administrativas a los profesionales que, en base a un empleo sumamente inestable, aportan buena parte del PIB a través del turismo cultural y de otras formas de explotación del patrimonio y la creación cultural, en su más amplio sentido. Si es cierto que les preocupa la protección del patrimonio, que no se use sólo para promocionar la llegada de visitantes internacionales, o para publicar una imagen al estilo "Mr. Wonderful", pero que esconde una precariedad laboral casi endémica. Si en serio pretenden que la sociedad civil y las empresas valoren y se impliquen en la cultura, que no aparezcan sólo a la hora de las fotos y los discursos, sino que estén dispuestos a saber cuáles son los problemas reales de todos aquellos que se dejan la piel y la ilusión en preservar y difundir el tesoro patrimonial y cultural que tenemos. Este tipo de decisiones no hacen otra cosa que despreciar todo el esfuerzo que llevan a cabo los auténticos profesionales del patrimonio, los museos, la docencia, la divulgación cultural, la creación artística, el cine, la música, el teatro, la danza, la edición, la escritura.... Tantas y tantas personas que se enfrentan cada día a un mundo que no les da demasiada cabida, sólo por comunicar un poco de lo que les apasiona. En los últimos años se han dado muchos pasos que, si no pueden calificarse como gigantescos, al menos sí son considerablemente grandes. Y el hecho de que quien haga cabeza no sepa de qué estamos hablando, no supone más que un síntoma del escaso interés que suscita la cultura en las altas esferas. Este país está lleno de profesionales culturales de altísima calidad, con una sólida formación y una dilatada experiencia, tanto en el mundo de la empresa privada como en el ámbito de lo público. ¿Por qué no se recurre a cualquiera de ellos, que de verdad sabrían cumplir esos objetivos que tan rimbombantemente publican? No queremos que se nos use de altavoz, ni mucho menos de trampolín, para alcanzar unos propósitos que nada tienen que ver con nuestro trabajo. Es obvio que no nos dedicamos a la política, pero sí compartimos con ella lo que creemos que debería ser el principal motivo de una labor de gestión pública: el servicio a la sociedad. Y estamos plenamente convencidos que sólo se puede trabajar bien sabiendo lo que uno está haciendo, en base a una formación específica y completa, con el imprescindible apoyo de la experiencia. Y lo que nos exigimos a nosotros mismos es lo que demandamos de las estructuras políticas y administrativas. Ni más ni menos. Es bastante posible que las cosas comenzaran a mejorar si todos seguimos el sabio refrán: "Zapatero, a tus zapatos".
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