No deja de ser sorprendente que, en una sociedad en la que los jóvenes tienen cada vez más independencia, y se inician en ciertas costumbres adultas a edades muy tempranas, todavía haya universitarios que estudian la carrera que les dicen sus padres. Cualquier profesional de la Historia del Arte habrá escuchado muchas veces, al hablar de su carrera, además del consabido "¡qué bonito..!", el añadido "Yo quería estudiar eso. Pero mis padres me dijeron que no tenía muchas salidas, así que hice Derecho". Y digo Derecho porque, a día de hoy, ninguna de estas personas me ha dicho que haya estudiado otra carrera universitaria, entre las muchas que hay. Supongo que habrá quien, ante el miedo, infundido por padres, compañeros y hasta profesores, decida dedicarse a otra cosa que no sean las leyes, pero lo cierto es que el sustituto habitual de la Historia del Arte (y de las Humanidades en general) suele ser el Derecho, como mucho acompañado por las maravillosas siglas ADE, en los casos más originales. Qué parecido tienen estas disciplinas con las de Humanidades, es algo que no logro asumir, pero seguramente eso es un defecto mío. El caso es que este tipo de sucedáneos académicos crea promociones de universitarios descontentos, que no se atrevieron a decidir por sí mismos, y se ven obligados a estudiar lo que no les gusta, y están abocados, en su mayoría, a una vida profesional carente de vocación. Y además, no van a encontrar muchas más oportunidades de empleo que si hubieran estudiado Historia del Arte. Eso es lo que sugieren los datos del Informe de la Fundación Conocimiento y Desarrollo, presentado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades en julio de 2019, y cuyos resultados principales pueden leerse en este artículo de El País. Así, los titulados universitarios en Historia del Arte están entre los que menos posibilidades tienen en el mercado laboral, ya que sólo el 55,2% de ellos tiene trabajo después de cuatro años. Pero es que los graduados en Derecho sólo están dos puestos por encima, con un índice del 55,8 %, por debajo incluso de Filosofía (56,1%). Y está bastante lejos de compararse con la empleabilidad de las carreras universitarias con más posibilidades de obtener empleo, como el 91% de Medicina, la más alta de todas, o incluso de la menos exitosa de este grupo, Ingeniería agraria y agroalimentaria (83,7%). De modo que, la próxima vez que un preuniversitario esté a punto de abandonar su ilusión profesional por tratar de asegurarse un puesto de trabajo estable y un sueldo generoso, por lo menos que no lo haga engañado por un falso prejuicio. Y cuando, como historiadores del arte, escuchéis una vez más el consabido comentario, decidles que es posible que no seáis millonarios, al igual que ellos tampoco lo serán, pero que vosotros tuvisteis la valentía de tomar una decisión, y que no cambiasteis la vocación profesional por la falsa promesa de una seguridad que probablemente no existe.
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